Torbellino

¿Cómo decir que no? Las urgencias y angustias se calientan y enfrían, chocan y generan la celeridad que se lleva todo. Después de la primera vuelta ya no hay retorno: vértigo, claustro giratorio; ya no hay olvido ni control, sólo asención y turbulencia, impulso y desenfreno, aceleración y confusión, adrenalina y emoción.

Entonces, cuando el remolino se detiene, sobreviene la precipitación. La caída comienza con la sorpresa que después muta en pánico: un pánico terrible, el terror de la caída; cientos de miles de metros de aire sosteniendo la vida misma, aire que cede sin chistar palabra bajo el peso, peso que es halado sin conmiseración por la gravedad, la gravedad que recuperará lo arrebatado por las pasiones, pasiones que castigarán con velocidad terminal los impulsos impetuosos.

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