Nunca, en todos estos días, una noche se había escurrido tan lentamente entre las nubes grises, entre las estrellas pálidas y entre los ritmos de bajos eléctricos como hoy. Hoy el tiempo se dilata en demasía: se esconde entre los recuerdos gratos que tengo, elonga sus virtudes hasta donde no se le puede apreciar, estira las patas como un gato larguísimo que se quita la pereza; se deforma al punto que la noche termina por saber a tarde de domingo soleada y amodorrada. La noche se precipita sin afán sobre un colchón suave y mullido, ancha como ella es, toma su tiempo para acomodarse y sucumbe con un suspiro prolongado pero tenue. En su regazo descansan infinidad de pensamientos que se agolpan todos a la vez, formando una nube con olores de melancolía, felicidad, extrañeza, temor, sorpresa, angustia y agradecimiento; una nube que se dispersa en el aire y que empaña lentamente mis anteojos, la pantalla del ordenador, las ventanas… mis ojos y mi memoria.
En un principio, como el humo del tabaco, el vapor intruso me asfixia, con su fuerza alela mi tráquea, me obliga a sentarme en un rincón de la habitación nublada en medio de la angustia del que muere. Poco a poco me recupero, mis músculos se relajan y mi respiración se amolda a la fiereza de ese aire enrarecido; mis órganos abdican, renuncian a dar batalla y permiten que me ahogue pacientemente entre mis recuerdos. Respiro… y ese buqué de sensaciones me llena los pulmones con palabras dichas, palabras secretas, palabras oídas, palabras pensadas. Mis venas y mis arterias lentamente transportan a cada rincón de mi cuerpo la infinidad de aromas, y junto con ellos, miradas, caricias, roces, besos contenidos, estremecimientos. Entonces, al inhalar profundamente, lo siento: hay algo familiar en el aire. Es un perfume ligero, dulce y casi embriagador, pero con un toque avinagrado. Como si una delicada y apacible atomización de tu ser flotara a mi alrededor, demasiado fina para ser percibida a cabalidad, pero tan concentrada que atosiga mis sentidos.
Con prisa me lanzo a la ventana, para que el aire frío de la noche exterior se lleve tantas memorias volátiles tan abrumadoras. Una fuerza extraña aspira la manada de olores por el marco metálico, y una vistosa columna se alza entonces a través de la oscuridad, vuela encima de mi casa y se desvanece antes de perfumar las nubes grises. Entonces el aromático rastro desvanecido deja al descubierto una luna inmensa y brillante. Me quedo mirándola embelesado, sintiendo aún menos que antes el paso lento y pesado de la noche y del tiempo, amándola. Amo de la luna su infinito señorío sobre los mares que no conozco, sobre las pálidas estrellas mortecinas, sobre las nubes desteñidas, sobre nuestros encuentros furtivos. Amo esa luna porque nos observó amándonos, porque cuando la vimos reflejada en nuestras miradas vimos el reflejo de nuestros deseos clandestinos. La amo porque veo irradiados en su accidentado y confundido rostro los brillos que despedían tus pupilas cuando la mirabas. La amé hasta que las nubes, galopando a través del viento rápido y agitado como un río, se amontonaron sobre ella, dejándola sombría y ausente, manchando su azogue plateado, oscureciendo el aire, eclipsando la ociosa y larga noche, lanzando una mortaja gris sobre la celestina silente.
Luego de que se me escaparan los recuerdos y la luna caí en cuenta que no me quedaría más que la noche. Una noche que se alarga sin fin. Una noche que, con una tranquilidad aterradora y obstinada, sobrevuela este espacio de horizontes inabarcables dentro y fuera de mí. La noche miserable me robó todo el tiempo, y a la vez, lo deja caer sobre mi cabeza apesadumbrada con una despreciable lentitud, como si fuera un reloj de arena roto y con una inagotable sevicia: un grano cada mucho tiempo, un grano cuya caída pareciera atravesar el universo entero de cabo a rabo. Me aparté de la ventana, envuelto por una oscuridad espesa, percibiendo en el aire el resplandor negro acompasado de los bajos eléctricos. Busqué refugio finalmente en el sueño: al menos, con una noche tan estirada y oscura, las fantasías serán igualmente dilatadas y las ilusiones se alargarán hasta donde comience el sol.