Te di tanto de mí, tanto, que ya no queda nada. Me desprendí de todo lo que me constituía, te entregué cada parte de mí, hasta que ya no quedó nada: estoy vacío por dentro.
Este vacío clama por ser llenado. Devora todo lo que toco; succiona cada emoción, cada pensamiento… cada dolor.
Si pudiera te daría este vacío, para que te perdieras en él, y así, el universo recuperara ese equilibrio del que hablan tantas filosofías. Pero dártelo sería a la vez una bendición y una pesadilla, pues lo único que soy dejaría de estar en mí, pero pasaría a ser tuyo.
Y aunque quisiera ser tuyo, no es el miedo a desaparecer lo que me detiene de darte el vacío que me llena, sino el orgullo de evitar que me arrebates lo último que me queda.